Causa Caballero. Juicio oral-Día 33
Apareció Poncio Pilatos y declaró: "No sé nada.."

05 de octubre de 2010
Pasaron dos testigos de la defensa, ambos ex policías. Vicente Lencina, que pasó por la Brigada de Investigaciones, pero no vio, escuchó ni se enteró de que algo ocurriera. Y Jorge Edmundo Caballero, que desconoció qué ocurrió el 24 de marzo de 1976.

De los cinco testigos previstos para la jornada trigésimo tercera del juicio por la Causa Caballero, sólo se presentaron dos ex policías Jorge Edmundo Caballero y Vicente Lencina, el domicilio de los otros dos resultó inhallable.
El quinto citado no fue a la sala de audiencia, por estar detenido en la U7, imputado en lo que se conoce oficialmente como “Causa Caballero Residual”, en la que se juzgarán, entre otros casos, el del matrimonio de Pedro Morel y Sara Fulvia Ayala.

Pescado de mar y asado.
Testigo de la defensa, Caballero inició su carrera policial en 1975, para un año después, pasar 6 ó 7 meses, la mitad de ese tiempo, destinado a las guardias y el resto del tiempo en administración “en economato”, precisó.
No aparentaba los 55 años que declaró tener. Fue muy conveniente a la defensa que se turnaba para preguntar: Juan Manuel Costilla (defensor oficial), José Oscar Gómez y Ricardo Osuna, principalmente, y también trató de mostrarse como alguien piadoso, presentándose como “católico carismático” y por haber ayudado a presos políticos.

No vio tortura en la alcaidía: “Conozco la picana por comentarios”, dijo. Aseguró que los presos políticos se encontraban en “buen estado” de salud y físico.
Y se despegó de cualquier contacto con los reclusos: “Yo cuidaba el perímetro externo no tenía contacto con los presos políticos”, los suboficiales, que reportaban directamente al jefe de la alcaidía, Núñez, eran los encargados de vigilar a los presos políticos.
Lo mejor vino cuando contó su trabajo administrativo, en particular como encargado de racionar la comida: “Había pescado de mar y los fines de semana, asado. Yo mismo, probé por primer vez la merluza”, aseguró Caballero.

Golpe de estado en la luna.
Para mostrar su buen trato hacia los presos políticos, el testigo afirmó que facilitó el encuentro de Carlos Aguirre y "Pilín" Rodríguez con familiares, acto por lo que recibió una recriminación verbal y pasó a realizar trabajos administrativos. Recordó sus días en la alcaidía como pocos felices, sobre todo, porque “no estaba preparado para esa tarea. Yo me entrené para ser policía”, justificó.
Para tratar de ubicar al testigo en qué meses de 1976 estuvo en la alcaidía, el presidente del Tribunal Oral Federal, Víctor Antonio Alonso, le preguntó si recordaba qué sucedió el 24 de marzo de 1976: “No me acuerdo… Lo de Margarita Belén…”.

En apuros.
Si bien Caballero admitió que el régimen carcelario de los presos políticos era más estricto, declaró que “estaban en celdas individuales”, que en algunos calabozos de castigo “se guardaban cosas porque no se usaban”, que la comida y era buena y que “había un trato igualitario” entre la población carcelaria.
Sobre ese punto, Alonso lo indagó a fondo, con cara de pocos amigos, llevando al testigo a una zona peligrosa. Otro traspié de Caballero, fue cuando el querellante Mario Bosch le preguntó sobre las condiciones carcelarias. Lo llevó a recordar someramente la cantidad de presos políticos en la alcaidía: entre 50 y 60, con 18 celdas. “Sí, había un poco de hacinamiento”, terminó reconociendo.

“No sé nada.”
Sin dudas, Vicente Lencina fue un testigo difícil, para todas las partes, incluido el Tribunal. Su declaración llevó de la risa al hartazgo: familiares de los imputados, se entretenían más leyendo cartas de lectores sobre el Copamiento al Regimiento de Monte 29 – ayer se cumplieron 35 años del hecho -.
“No vi nada (sic)”, respondía indefectiblemente (para poner nerviosos a los enemigos de la doble negación). El defensor oficial Costilla hizo esfuerzos denodados por tratar de sacar alguna declaración de Lencina, pero fue inútil.
El ex policía, que fue guardia en la Brigada de Investigaciones (de la que funcionó por Juan B. Justo como la de Marcelo T. de Alvear, hoy Casa por la Memoria), siempre estuvo en su oficina y - como era de suponer - no vio nada.